Lo que lastima al recordar no son las circunstancias,
que por fortuna ya no están, sino el solo reconocimiento
de lo que antes sentimos, y eso nadie, ni siquiera una
amnesia o el mejor de los analgésicos, puede cambiarlo.
El dolor permanece en nuestra conciencia como una
burbuja de aire cuyo interior está intacto, esperando
a que se le invoque o, en el mejor de los casos,
se le permita salir.