Después de la llovizna, cuando el sol te abraza en los raíles abandonados por la desidia, tras la estación del tren, la tierra se desnuda con amor, se torna certidumbre, receptáculo. Agrada recibirla en soledad: volver para quedarse en ella horas, o quizá días, y respirar lo amado, la tenue humanidad de lo sencillo que hace que ahora, en medio del vacío, te sientas nube, luz, jilguero, arcilla, oruga que labora bajo un árbol.