Con el traje de junio la vida se mostraba casi dócil entre toallas verdes y amarillas y lycra luminosa compartiendo fronteras con la piel. Olor a mar templado y la pereza cómplice de olas y bañistas: era propicio hundirse en esas lentejuelas soleadas del agua o en las selvas pintadas sobre los bañadores, desmenuzar el velo finísimo de sal de unos hombros cercanos y posponer la noche y su aventura. Parecía la vida un puro litoral pero avanzó una sombra: al borrar con saliva la sal de la mañana pude ver la inscripción junto al omóplato: FRUTA PERECEDERA. Consumir de preferencia ahora. El producto se altera fácilmente, antes que los deseos. No se admiten reclamaciones.c