Aquella noche no existe ya más en el brillo de tus ojos cuando me miran, cómplices… En el cosquilleo del secreto. Estábamos hechos de la plenitud de sabernos débiles, más de carne que nunca. A sabiendas del pecado. Culpables, culpables, culpables… Temblando de miedo y de pudor, al descubrirnos con la manzana en la boca.